Si se trata de hacer un balance del actuar de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMACC), ayer en la Cineteca Nacional, se dirá que al Ariel le faltó valor y coherencia en el decir y el hacer.
La Red
No hay manera de calificar el tibio el actuar de la llamada comunidad del cine en México antes los temas que aqueja a la industria, si le quieren llamar así.
Me refiero, en efecto, a la reciente ratificación del tratado de libre comercio entre México, Estados Unidos y Canadá, el T-MEC, herencia de expresidente Carlos Salinas de Gortari y que fuera alguna vez motivo de conjuras nacionales por parte de ese sector que antes se decía de “izquierdas” y ahora son responsables de desgobernar el país.
No se hable del según “ignominioso” 10% de tiempo de pantalla para el cine mexicano, que fue sustituido por un todavía según más “ignominioso” 30%, que estaba antes, lo cual, se traduce en la reducción de la visibilidad del cine nacional en circuitos comerciales. ¿Dónde quedó la defensa a cuerpo batido del tiempo de pantalla?
Que cada uno exprese su postura al respecto del tiempo de pantalla, para bien o para mal, pero no se vale que quienes se dicen así mismos defensores del cine de los mexicanos ahora salgan con el Sambenito y aquí no pasa nada. Ahora resulta que el tema no importa. ¿Dónde quedo la congruencia?
En el T-MEC, además, dejaron al cine mexicano donde ya estaba, en calidad de producto y por tanto sujeto a leyes y reglamentos regulados por la industria; es decir, que cuando se trata de discutir su destino en los tres mercados, una película, que es cultura y entretenimiento por igual, vale lo mismo en la discusión que una lata de atún, con respeto a los atunes.
Tampoco hubo una clara postura sobre el desalojo del Palacio de Bellas Artes. Nadie niega que la Cineteca Nacional es lo mejor que le pudo haber sucedido a la AMACC y a su ceremonia. Pero que no se olvide del cine mexicano y su calidad de desahuciado.
Porque dejar Bellas Artes no fue precisamente una iniciativa propia, sino una consecuencia de las malas gestiones de las autoridades culturales, para las cuales, si hubo palabras de agradecimiento y gratitud por parte del presidente de la Academia, el cineasta Ernesto Contreras (Párpados azules, entre otras).
Cuantimás, siendo que ese recinto, antiguo nicho de la alta cultura en México, fuera ocupado antes por una cofradía, la Iglesia de La Luz del Mundo, violando todas las leyes que separan las cosas del cielo de las cosas del gobierno.
En ese proscenio que le pertenece al llamado “pueblo bueno” de México, el primer actor Héctor Bonilla debió ser reconocido por su aporte al arte de México, por más que el señor haya dicho que “yo prefiero así”. En ese espacio debió ser apreciada la obra de la primera guionista en ser reconocida con un Ariel de Oro, Paz Alicia Garciadiego, por su contribución a la cultura de los mexicanos, también el sonidista argen-mex, Nerio Barberis. No se merecen menos esos trabajadores de la cultura nacinal.
Tuvimos, en cambio, palabras del presidente de la AMACC a favor del arte como un derecho de los mexicanos, palabras a favor de los recortes de presupuesto en la cultura y en general (Demián Alcázar) y en contra (Gael García Bernal); incluso una defensa brava por parte del cineasta Arturo Ripstein, sobre el derecho al mecenazgo Estatal.
No se señalaron responsables. Las protestas quedaron en buenas intenciones. Declaratorias a medias. Reclamos entre dientes. Se aplicó el besa-mano como estrategia cultural. Que la historia nos juzgue, a todos, en su justa dimensión, porque la omisión también es un acto de corrupción.
Que recuerde la Academia que la estatuilla del Ariel tiene el mérito, tan mexicano, de exhibir sus partes nobles, y no ser un eunuco cualquiera, como el premio Oscar, al cual despojaron de su hombría, si es que la tuvo alguna vez. Que el Ariel sí tiene testículos pues. RED